Por la mañana del día siguiente, nos despedimos de Steve, que nos dice, tan amable como siempre, que si, alguna vez vamos a Santa Bárbara, le busquemos en su empresa de paisajismo.
La cámara está tocada desde el aguacero, pero la mañana aparece algo más despejada de lo habitual. Veo varios tipos de colibríes, afanándose en su actividad en los periodos de bonanza que el tiempo, inclemente, les brinda.
Hacemos las últimas compras (camisetas, etc.), recuperamos la ropa, que se estaba aún terminando de secar en el generador, ya que, cuando se tendía en la tienda, acababa más mojada que antes, y damos alguna propina, sobre todo para recompensar la excelente cocina del lugar y la simpatía de Michi, el camarero.
Empacamos y partimos hacia Carate. Las chanclas exhalan el último suspiro en los fangosos fondos del río Carate. Nos hacemos las últimas fotos en la pulpería (no con mi cámara, que aún interpretaba el disparo como un zoom) y embarcamos en la avioneta, después de hacer unos rápidos cálculos con nuestros pesos. "Si cabe todo el equipaje ahí, es que no vamos sobrelastrados" -nos dice el piloto. Nos acompaña uno de los dueños de la compañía aérea.
El despegue lo hacemos sin problemas y observamos en el recorrido, a unos 8500 pies, la extensión del parque, con Sirena y su pista de aterrizaje, que no pudimos ver más de cerca debido a las circunstancias meteorológicas y, de nuevo, los ríos, las nubes y las montañas, hasta aterrizar en San José una hora más tarde.
Allí nos esperaba el transporte de Costa Rica Expeditions que nos dejó en el hotel Britannia sanos y salvos, y afanosos en intentar secar nuestras pertenencias antes de salir rumbo a la Isla del Coco, que forma parte del siguiente relato.
Ese día comimos en el Café de la esquina, en la calle 5 con avenida 9, tienda y restaurante de ejecutivos y turistas. Por la tarde, estuvimos de compras por la Avenida Central. Las calles son bastante seguras, aunque recomiendan no frecuentarlas a horas intempestivas e intentar evitar el noroeste de la ciudad.
Para cenar, entramos en un mesón típico, donde comimos unas bocas con cerveza Imperial o Pilsen, las locales más extendidas.
En principio nos iban a recoger a eso de las 11:30 de la mañana del día siguiente en el hotel, para llevarnos al Amon Ra, de donde Agressor traslada a sus clientes a Puntarenas y al Okeanos, pero nos llegó un fax de Agressor comunicándonos que se retrasaría a las 3 la recogida, por lo que estuvimos haciendo gestiones para averiguar la nueva hora de recogida de Costa Rica Expeditions, y así pudimos volver a comprobar el ritmo tranquilo y el carácter amable de los ticos, incluso de aquellos más acostumbrados a tratar con el carácter estresado de americanos y europeos.
También nos dio tiempo a comer en una chocolatería, con huellas metálicas en la acera dirigiéndose al interior, y que servía, entre otras cosas, tortilla a la española, bocadillos de todo tipo y chocolates francés y español. Yo pido el español y después averiguamos la diferencia: el español es más espeso y fuerte. Pues claro.
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