Sábado, 2 de diciembre


Felipe, uno de los guías, y Steve, nuestro compañero de peripecias
A las 5:30 de la mañana, a pesar de todo, los pájaros empiezan a cantar. Teníamos planeado pasar el día en Sirena, volando allí en la avioneta, explorando las sendas en busca de tapires y chanchos, y volviendo a dormir en el campamento si el tiempo permitía volar a la avioneta, pero amanece nublado, lloviendo. Nos dicen que dudan que podamos ir hoy. Desayunamos y esperamos un poco a ver si escampa, contemplando los colibríes libando en las flores del jardín, así como las parejas de sargentos, los machos negros con parte de las alas de color rojo vivo y las hembras de colores verdosos, ocres y amarillos. Como no parecía que fuera a mejorar mucho el tiempo, decidimos hacer una pequeña incursión por la playa.

Echamos a andar y pronto llegamos al río que marca el inicio del Parque. Unas veces está cerca del campamento, como en esta ocasión, otras se aleja unos centenares de metros. Cruzamos el riachuelo y seguimos andando.

Al llegar a la estación nos llaman para pagar la entrada y firmar en el libro. Allí nos enseñan la colección de huesos y de botes con escorpiones, serpientes marinas, etc. También tenían un cartel con las serpientes de la zona, y nos meten miedo con la matabuey y la terciopelo, que a la par que venenosas, nos las describen agresivas. Nos dicen que hasta te pueden perseguir una buena distancia. También nos aseguran que muchas de las serpientes que en el plano se indica como de distribución en otras zonas de Costa Rica, se habían visto en el Parque.

Vemos algún pizote, o coati en inglés, parecidos a los mapaches, pero con el hocico más fino y de color más uniforme y oscuro, aunque también con bandas. Se dedican a localizar los nidos de huevos de tortuga y comérselos sin pudor. Es frecuente encontrarlos rotos, como si fueran de plástico, desperdigados por la playa.

Vemos una familia de monos de cara blanca alimentándose de unos frutos de un árbol junto a la playa. Nos acercamos muy despacio, hasta que una madre nos amenaza mostrándonos la dentadura con la cría encaramada y con el mismo gesto. Una imagen muy divertida. Los machos se muestran más indiferentes y siguen abriendo los frutos golpeándolos aparatosamente contra los troncos. Lamentablemente, no llevaba la cámara.

También vimos gavilanes cangrejeros, un halcón blanco, guacamayos, pelícanos, ermitaños, grandes escarabajos, etc.

Parece que el tiempo mejora, y decidimos volver al campamento para hacer una excursión guiada. Antes, tomamos otra deliciosa comida familiar compuesta de zumo de frutas, ensalada variada, plato principal de carne o pescado, pan tipo bollo, platos de verduras, pasta y platos extra como burritos de queso, además de café a granel y fruta.

Por la tarde, hacemos con Felipe la excursión a río Madrigal y más allá. Volvemos a parar un rato en la estación de los rangers.

Vemos, avistado por Felipe, un oso hormiguero que, con paso parsimonioso se pasea por delante de nosotros hasta un tronco inclinado, por el que asciende con lentitud hasta perderse de vista en la espesura. También encontramos monos de cara blanca, alguno destrozando las construcciones de las termitas, para devorarlas, el zopilote rey volando en la lejanía, gavilanes cangrejeros, adultos e inmaduros, posados en sus atalayas, guacamayos (o loras), colibríes y hasta un martín pescador en vuelo sobre el río Madrigal, algún sargento y una euphonia.

Al otro lado del río, tras vadearlo en chanclas, que casi se lleva la corriente, vemos monos rojos y casi al final del trayecto, una mona araña con su cría colgada del vientre, despegándose con los saltos de su madre de árbol en árbol, varios pizotes en la playa y, sobre todo, gran variedad de árboles: balsas, plátanos, poponjoches, estranguladores, cocoteros, figuerones y muchas begonias, como si fueran las malas hierbas del lugar.

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